Todos los caminos llevan a Junction

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Terriblemente es momento de off-season en football y más aún en los campus universitarios de todo el país. Solamente los workouts de invierno, donde se enfatiza la preparación muscular y el acondicionamiento físico como preludio a los spring-practices de mediados de Marzo, atisban débiles indicios de la actividad experimentada un mes y medio atrás. Pero no, no voy a hablar de actualidad como acostumbra mi columna, ni tampoco voy a proyectar una mirada de futuro (cómo sí quien suscribe fuese astrólogo), tan sólo retrocederé más de 50 años en el tiempo, aprovechando que hace apenas unos días finalicé mi lectura del libro de Jim Dent, el best-seller según el célebre New York Times, “The Junction Boys”.

Muchos sabéis que soy un ferviente seguidor de la universidad de Alabama y conocéis mi tendencia a devorar cualquier información, tanto actual como histórica, relacionada con los Crimson Tide. Realmente esta legendaria historia no tiene nada que ver con su propio programa de football, pero ser un fan entusiasta de ‘Bama conlleva ser también un fanático de la inmortal figura del coach Paul “Bear” Bryant. Posiblemente, el mejor entrenador que jamás haya conocido este deporte, y a quien se le acuña esa célebre consigna del “último entrenador”.

Conocido el mito, no se puede obviar la leyenda y la historia de los Junction Boys es todo un auténtico trademark del entrenador Bryant, de ahí que me adentrase sosegadamente en la lectura de sus prácticamente 300 páginas, donde finalmente descubriría toda una historia de superación, sacrificio y honor. En los años 80, Jim Dent, como periodista insider durante 11 años de los Dallas Cowboys, también se haría eco de esta leyenda, después de que Gene Stallings, uno de los más célebres supervivientes de Junction (quien además transcribe el prólogo del propio libro), y por entonces coordinador de defensive-backs de los Boys de Tom Landry, le narrase diariamente sus experiencias en el infierno con “Bear” Bryant.

La leyenda parte exactamente del día que Bryant decide abandonar repentinamente su exitoso paso por la universidad de Kentucky. Tradicionalmente a la sombra de la powerhouse de baloncesto, Bryant, harto del nepotismo acentuado de la dirección atlética sobre su programa de hoops, decide marcharse de Lexington y con todas las vacantes de los grandes programas cubiertos, acepta finalmente el cargo como head-coach de la universidad de Texas A&M, un programa que no ganaba su conferencia desde la semana antes del ataque japonés sobre Pearl Harbor y que había perdido consecutivamente los últimos 5 partidos de la temporada anterior por una combinación de 133 a 41 puntos. Bryant dejaba así atrás los lujos y el glamour de Lexington para aterrizar en College Station, un campus repleto de maniobras militares y cadetes, íntegro de estudiantes varones y cuyo rudo aspecto recordaba a una auténtica penitenciaría. Sin ir más lejos, muchos reconocían Texas A&M como un auténtico “cow college”, excesivamente a la sombra de los Longhorns de Texas, a quienes no vencían en ningún deporte salvo baseball, desde hace más de 30 años.

Jim Dent realiza un profundo repaso de aquello época, y nos traslada en el tiempo mostrándonos como la gran mayoría de los chicos trabajan en plantas petrolíferas o en granjas durante el verano para poder costearse sus gastos. Nos describe también como Bryant, durante 6 meses, analiza exhaustivamente la plantilla heredada antes del summer-camp, llegando a la conclusión de la necesidad de drásticos cambios con el objetivo de “liquidar todas las ratas del barco”. Uno de sus asistentes, Willie Zapalac, propone una antigua base de maniobras militares de la universidad en la remota localidad de Junction (Texas), a más de 400 kilómetros del campus, para preparar el training-camp de verano alejado de las grandes masas y los medios de comunicación.

Repentinamente y sin tiempo para explicaciones, partieron de College Station dos autobuses con 111 jugadores con destino Junction, donde les esperaría un desolador panorama después de que esta pequeña localidad y sus alrededores sufriesen una de las mayores sequías del estado de Texas en 700 años. El teórico campo de entrenamiento se mostraba impracticable con rocas, cactus, cardos, insectos, etc. y la temperatura conseguía superar por momentos los 40 grados centígrados. El infierno les esperaba con sus brazos abiertos y “Bear” Bryant se encarnaría en el auténtico demonio cuando sorprendentemente despertaba a su squad a las 4 de la mañana del 1 de Septiembre de 1954, comenzando con la primera jornada de una serie de brutales e ininterrumpidos entrenamientos que se extenderían durante 10 prolongados días. Durante ese periodo; fracturas, luxaciones, contusiones, heridas o hipertermias se sucederían constantemente provocando abundantes fugas durante la noche e incluso poniendo en serio peligro la vida de algunos. Jim Dent analiza con todo detalle cada uno de estos bárbaros días y nos acerca la angustia de estos chicos para mantener sus becas universitarias y sus sueños vivos.

Ante el evidente quebranto de efectivos y la funesta condición física de la mayoría (la falta de agua y las brutales condiciones climatológicas habían provocado que muchos perdiesen más de 10 Kg.), obligó que Bryant detuviese su exigencia y devolviese a los supervivientes a College Station. El “parte de guerra” se resumió con tan sólo 35 chicos restantes, de los cuales solamente una veintena se encontraban disponibles para jugar, y todos ellos rellenarían holgadamente un único autobús en su retorno. La imagen de John David Crow, freshman entonces y futuro ganador del Heisman Trophy, mientras esperaba el retorno de sus compañeros en el campus, era todo un poema, al mismo tiempo que preguntaba con ímpetu, “¿dónde demonios fue todo el mundo?”.

Principalmente esta historia se alejó del clásico sueño americano y la primera temporada tras Junction, los Aggies tocarían fondo con un récord de 1-9 con sus chicos recibiendo el dudoso honor de convertirse en el primero y único equipo con récord perdedor de toda la carrera como head-coach de Paul “Bear” Bryant. Eran evidentes las tremendas limitaciones y la falta de talento, pero había un detalle que diferenciaba a los pupilos de Bryant frente al resto; jamás se daban por vencidos. Sus Aggies tenían fe.

The Bear había conseguido construir los cimientos futuros de una powerhorse y ya la siguiente temporada alcanzarían el Top 20 final del AP Poll por primera vez desde 1941, como preámbulo de lo que ocurriría la siguiente temporada. A pesar de que Texas A&M se encontraba entonces sumergida en un periodo de probación por la NCAA Clearinghouse debido a pagos ilegales sobre ex-estudiantes (conllevo pérdida de becas y fuera de las bowls), los Aggies finalizarían invictos la temporada de 1956 (con un solo empate ante Houston) y como No.5 final del AP Poll. Con aún 8 supervivientes de Junction entre sus filas (3 de los cuales eran capitanes), Bryant había convertido a Texas A&M en campeona de la extinta conferencia Southwest Conference, consiguiendo además acabar con la prolongada sequía ante su archirival universidad de Texas en Austin, uno de los “inalcanzables” sueños de los chicos por entonces en el infierno de Junction.

Dennis Goehring, uno de aquellos supervivientes y de los jugadores más rudos que Bryant jamás haya entrenado, organizaría las “bodas de plata” de los supervivientes de Junction en el lugar exacto donde ocurrieron los hechos 25 años atrás. “Bear” Bryant aterrizaba en Junction City tras conquistar recientemente el campeonato nacional de 1979 ante Penn State con aquel célebre “Goal Line Stand”, y un total de 6 cetros nacionales como head-coach de su alma-máter, le habían encumbrado ya como una leyenda viviente en el estado de Alabama. Durante muchos años, Bryant había dado vueltas continuamente a aquel brutal training-camp y entre sus objetivos fijados para aquella reunión era disculparse ante los presentes tras haberlos destinado literalmente al infierno 25 años atrás en el tiempo. Sin embargo, Bryant, después de escuchar cada una de sus exitosas vidas y sus conmovedores relatos, llegó a la conclusión de que posiblemente aquella experiencia les hubiese enseñado a no rendirse nunca ante nada. Los Junction Boys diseñaron a Bryant un anillo conmemorativo para la ocasión y tal era su amor por aquellos chicos (siempre señalaría al equipo del 1-9 como su favorito) que aún Bryant yace eternamente bajo el cementerio de Elwood (Alabama) con semejante anillo.

Jim Dent cierra el libro con un poema que cuenta la leyenda que “Bear” Bryant siempre llevaba consigo y que, en mi opinión, sitúa de manifiesto el objetivo alcanzado por aquellos chicos en los infernales días de Junction:


Este es el comienzo de un nuevo día Dios me ha dado este día para utilizarle como desee
Puedo malgastarlo o aprovecharlo
Pero lo que hoy haga es importante porque estoy intercambiando un día de mi vida por ello
Cuando el mañana llegue, este día habrá desaparecido para siempre, dejando en su lugar algo por lo que he intercambiado.
Quiero que sea una ganancia y no una pérdida Que sea bueno y no malo Éxito y no fracaso De modo que no tenga que lamentarme por el precio que haya pagado por ello.

 

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Israel Llata
Israel Llata es natural de Maliaño, una localidad de Santander (Cantabria). Ingeniero informático de profesión y aficionado al fútbol americano desde mediados de los años 90, asombrado por la habilidad atlética del quarterback Steve Young y aquellos exitosos 49ers. En los últimos tiempos centraría su mirada sobre un desconocido pero excitante college football, destapando su corazón como entusiasta aficionado de Alabama, una institución a la que rinde culto. Analiza en su columna semanal la jornada universitaria desde 2007. @israel_lata

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