Día de Acción de Gracias. Año 2.056. En casa de los Highfield, como es arraigada costumbre, la familia se reúne para celebrar juntos esta festividad ante el pavo sintético, el puré de batatas recién traídas de Marte y la pantalla holográfica que retransmite la tradicional derrota de los Lions. Sentado en su arcaico sillón favorito, fabricado con madera de extintos robles y anticuado cuero animal, el abuelo Ernest contempla el partido rodeado de sus pequeños nietos.
-¡Abuelo, abuelo, cuéntanos otra vez aquella historia! -vocifera su nieta mayor-. La del año en el que jugaste con los Bengals.
– ¡Pero si os la he contado cientos de veces! –protesta el anciano, que en realidad, solamente se está haciendo de rogar, porque le encanta recordar las batallitas del pasado-. Está bien –concedió ante el alborozo de los infantes-. Ocurrió en el lejano año de 2011, en el que la NFL se declaró en huelga y algunos aficionados tuvimos la oportunidad de convertirnos en jugadores profesionales. Fue poco tiempo antes de que el infame comisionado Goodell acabase con el auténtico football y lo convirtiese en el ridículo esperpento que es ahora.
– ¿Qué es el football? –preguntó uno de los nietos – ¿Qué es una huelga? –preguntó la nieta. – ¿Qué es un esperpento? –preguntó el último.
Sin hacerles demasiado caso, el anciano continuó con su historia.
– El año anterior, los Bengals venían de una tremenda decepción. Pensando que formarían una escuadra capaz de llegar a la Super Bowl, ficharon a Terrell Owens. Sí, ya sabéis, ese viejecito tan extravagante que sale en el reality-show “Gran Geriátrico”. Pero el experimento resultó un desastre. Para satisfacer a las divas que tenían como receptores, el ataque se cebó en el juego de pase abandonando el de carrera que tan buenos resultados le había dado. La defensa sufrió numerosas lesiones y tampoco rindió nunca al nivel esperado. El resultado fue un nuevo fiasco, un desolador balance de únicamente 4 victorias por nada menos que 12 derrotas.
– ¡Igual que ahora, abuelo! –exclamó el nieto mayor ante la despectiva indiferencia del anciano.
– Pues bien. A pesar del descalabro, el propietario, en contra de la opinión pública, renovó al entrenador, quien tras unos pequeños retoques en su staff, encaraba la temporada con la renuncia de su quarterback titular, Carson Palmer, a continuar en el equipo. Pero eso no fue lo peor. Nadie contaba con la huelga, que lo cambiaría todo. Ante la negativa de algunos jugadores a participar, para no perder los derechos televisivos las franquicias se vieron obligadas a contratar a aficionados que nos presentamos voluntarios para jugar.
– ¿Qué es la opinión pública? –preguntó uno de los nietos – ¿Qué son los derechos? –preguntó la nieta. – ¿Qué es un voluntario? –preguntó el último.
Ignorando las preguntas de los pequeños, el abuelo continuó su historia.
– Así pues, cientos de seguidores nos concentramos ante las instalaciones del club para ser elegidos. Y entre todos ellos, fue vuestro abuelo quien consiguió el puesto de quarterback. Tendríais que haberme visto. Con mi reluciente casco atigrado, luciendo el peto rojo reservado a los jugadores importantes, bajo la atenta mirada de la pareja de policías que siempre estaba en los entrenamientos por si acaso, lanzándole pases a nuestros Tight Ends: Jermaine Gresham y Bo Scaife, que en nuestro nuevo esquema atacante serían muy importantes; y a nuestros Wide-Receivers: Jerome Simpson, Jordan Shipley, Andre Caldwell, A.J.Green, a quien habíamos contratado con la 1ª selección del draft de aquel año, y por supuesto, a Chad Ochocinco.
– ¿Conociste al presidente Ochocinco? –preguntó entusiasmada la nieta.
– Por supuesto que sí, jovencita. Pero aquello fue un poco antes de que le traspasasen a New England e iniciase después su carrera política. A lo que iba, me escogieron por mis innatas cualidades atléticas y mi elevado coeficiente intelectual para la posición. Pero sobre todo, para que hiciese de mentor del rookie que habíamos drafteado en 2ª ronda, Andy Dalton, un QB pelirrojo a quien le enseñé todo lo que sabe y que gracias a mí está ahora en el Hall of Fame. Porque los otros QB’s que había en el equipo, Jordan Palmer, Dan LeFevour y el polaco que ficharon después que a mi, un tal Bruce Gradkowski, eran unos petardos.
– ¿Qué es el coeficiente intelectual? –preguntó uno de los nietos – ¿Qué es un mentor? –preguntó la nieta. – ¿Qué es un petardo? –preguntó el último.
– Un petardo era lo que teníamos en mis tiempos para celebrar el 4 de Julio, en vez de los proyectiles de neutrones que lanzáis ahora. Pero lo que quiero decir es que eran unos jugadores muy malos, como los compañeros que tenía en la línea ofensiva. Por eso me contrataron a mí, para que pusiera un poco de orden porque aquello era un desbarajuste. Los únicos realmente buenos eran el LT Andrew Whitworth y el RG Bobbie Williams, el resto eran del montón. El center se llamaba Kyle Cook, un pícaro chicarrón de Michigan, algo despistado, que cuando los entrenadores ordenaban hacer el snap, en ocasiones se olvidaba de pasarme el oval y tenía que darle unos golpecitos en la entrepierna para recordárselo. Después de varias veces repitiendo la misma operación, le tuve que preguntar: tú aquí no vienes a entrenar, ¿verdad? Pero peor eran los otros dos, el RT Andre Smith y el LG Max Jean-Gilles, dos jóvenes con un desorden alimenticio: eran anoréxicos, se miraban en el espejo y se veían con sobrepeso. Lo peor es que ¡era verdad, lo tenían! Así que tenía que esconderles los filetes de solomillo y cambiárselos por compota de fruta.
– ¿Qué es un solomillo? –preguntó uno de los nietos – ¿Qué es la fruta? –preguntó la nieta. – ¿Compota es eso que dice mamá que es con lo que se va papá? –preguntó el último.
– No, pequeño, no. Eso es “con putas”. Pero no nos desviemos del tema. Como os decía, aquel año 2011 los Bengals habían despedido a su anterior coordinador ofensivo, que tenía la ridícula idea de que correr era de cobardes y por eso primaba el juego de pase, y decidieron cambiar de ofensiva hacia un ataque tipo “costa oeste”, para lo cual ficharon a Jay Gruden, sí el hermano de Jon, ese actor que rueda películas de miedo, el protagonista de “muñeco diabólico XXXIII: el nuevo regreso”. Pues bien, yo me convertí en su referente en el campo, y gracias a mi inteligencia, pudimos reconducir un ataque terrestre que el año anterior había sido el 6º peor de la liga con los mismos corredores: Cedric Benson, que por entonces estaba en libertad condicional por pegarle un puñetazo a un amigo, Bernard Scott, quien también había sido detenido por pelearse en la universidad, y Brian Leonard, que como nunca se peleaba con nadie, por eso era el tercero de la lista.
– ¿Qué es la costa? –preguntó uno de los nietos – ¿Qué es la libertad? –preguntó la nieta. – ¿Si ese Benson le pegaba a sus amigos, qué le hacía a los que no lo eran? –preguntó el último.
Sin prestar atención a las cuestiones de los pequeños, el anciano Ernest continuó describiendo la defensa:
– Pero mi labor no sólo se concentraba en el ataque. Como nuestro pass-rush era penoso, tuve que enseñarles también a presionar al quarterback. Por el centro, les indiqué a nuestros defensive tackles Domata Peko y Tank Johnson cómo debían moverse para irrumpir en el pocket rival. Pero mi mayor éxito fue conseguir que los defensive ends Carlos Dunlap y Michael Johnson fueran capaces de hacer un sack tras otro. Tan bien lo llegaron a hacer, y tanto se corrió la voz, que incluso asistieron a los entrenamientos los filósofos Wayne y Garth, antes de que les concediesen el premio Nobel, y ¡hasta nos hacían reverencias!
– Y antes de que preguntéis –continuó el anciano ligeramente enfadado- no voy a responder qué es un filósofo, ni el premio Nobel ni las reverencias…
Los niños se miraron atónitos, sorprendidos ante lo bien que los conocía su abuelo.
– Y además, gracias a mis consejos, la línea de linebackers mejoró sensiblemente. Y antes de que preguntéis, un linebacker es como una mezcla entre hombre y carnero.
– ¿Porque embisten con mucha fuerza? –preguntó la nieta.
– No, -respondió el abuelo-, porque tienen el cerebro del tamaño de una castaña. Pero a lo que iba, nuestros linebackers dejaban bastante que desear. Keith Rivers nunca destacó como se suponía al ser elegido tan alto en el draft, y Rey Maualuga estada desorientado en el exterior. Así que, bajo mis consejos, pasamos a Rey al centro, y como exteriores fichamos a Thomas Howard para el WLB y a Manny Lawson para el SLB. De esta forma, conseguimos que los tres rindiesen al nivel que se esperaba cuando salieron de la universidad.
– ¿Para qué sirve el cerebro? –preguntó uno de los nietos – ¿Qué es un rey? –preguntó la nieta. – ¿Qué es la universidad? –preguntó el último.
Impasible al cuestionario de sus nietos, Ernest continuó su historia.
– En la secundaria, los ánimos estaban muy bajos porque habíamos perdido en la agencia libre a nuestro mejor jugador, Jonathan Joseph. Pero convencí a los directivos para que fichásemos a Nate Clements, quien, junto con Leon Hall, siguieron formando una muy buena pareja de cornerbacks. Además, como tercero, teníamos a Pacman Jones, a quien habíamos conseguido fichar el año anterior pese a que hasta cuatro entidades querían echarle el guante: la guardia de tráfico, el FBI, la CIA y la DEA. Sin embargo, para los puestos de safety no pude hacer milagros, y nos tuvimos que conformar con repetir la pareja que acabó la temporada precedente: Chris Crocker y Reggie Nelson.
Y antes de que los pequeños volviesen a la carga, Ernest continuó:
– Y también gracias a mi, los equipos especiales mejoraron una barbaridad. Enseñé al kicker Mike Nugent a mantener la cabeza fría en los field-goals decisivos; al punter Kevin Huber a mejorar su técnica y que todos sus punts fueran excelentes, no uno bueno y el siguiente malo como antes; a Quan Cosby a ser más elusivo en los retornos de punts, y a Bernard Scott a encontrar mejor los huecos en los retornos de kickoffs. Así que, como resultado de todas estas mejoras que introduje, aquel año llegamos a…
En ese momento, apareció la anciana Sra. Highfield
– Venga niños, a comer. No hagáis caso a vuestro abuelo y decidle que se deje de cuentos y se tome su medicación. Aquel año de 2011 finalmente se suspendió la huelga y nunca llegó a jugar en los Bengals.
– Vuestra abuela es una aguafiestas –bufó contrariado Ernest.
– ¿Qué es un cuento? –preguntó uno de los nietos – ¿Qué es el agua? –preguntó la nieta. – ¿Qué es una fiesta? –preguntó el último.
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